Las criaturas son nuestras, podemos disponer de ellas; pero no para aprovecharnos de ellas de una manera egoísta, sino— como dice muy bien San Ignacio de Loyola— para que nos ayuden a la consecución de nuestro fin, para que nos sirvan de escala para ir a Dios. Las criaturas son nuestras para que hagamos de ellas las cuerdas de una lira que entonen un cántico melodioso a la gloria de Dios ¡Ah! así se usaba de ellas en el Paraíso, en donde fueron colocados nuestros primeros padres; en aquella época, fugaz pero deliciosa, de la humanidad, las criaturas todas obedecían al hombre. El hombre era el rey de la creación, podía disponer de todas las cosas de la tierra. Adán, antes de su pecado, llevaba en el fondo de su ser el sentido profundo del orden y utilizaba las criaturas como de una escala para llegar a Dios. El Universo era del hombre, pero para llevarlo a Dios; el hombre, en los designios divinos, tomaría en sus manos las criaturas y las llevaría hasta el Corazón divino; el hombre se aprovecharía de las criaturas para ensalzar a su Creador; entonces existía sobre la tierra un orden maravilloso y divino. (El Espíritu Santo)