Sois creyentes, seguros de que Dios os ama con ternura. Llegáis a la oración y estáis como una bestia delante de Dios. En lugar de forzar la mano de Dios para que venga a vosotros, decidle sencillamente: «Padre mío, me abandono a ti, haz de mí lo que quieras. Cualquier cosa que hagas de mí, yo te doy gracias. Estoy pronto a todo, acepto todo». Sin duda, habéis reconocido la hermosísima oración de abandono del P. Carlos de Foucauld. Hacedla hasta el final y veréis cómo se desarrolla en vosotros una gran calma, que os invade, un sentimiento de paz y de dulzura, muy por encima de toda consolación sensible. (Lafrance J, Mi vocación es el amor).