Dulce Huésped del Alma

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Para realizar su ideal, el Espíritu Santo entra en las profundidades de las almas, las compenetra en sus íntimos senos, hace de ellas su morada permanente para hacer después de ellas su obra magnífica. Para el artista de las almas santificar y poseer es una misma cosa; porque la santificación es obra de amor y el amor es posesión. El ínfimo grado de santidad exige que el Espíritu Santo habite en las almas y las posea, y la suprema santidad es la suprema posesión que el Espíritu alcanza en un alma, la posesión plena y perfecta del amor. Por eso la primera relación que tiene el Espíritu Santo con las almas es la de ser el dulce Huésped de ellas como invoca la Iglesia al Espíritu Santo en la prosa inspirada de la Misa de Pentecostés. (El Espiritu Santo)