El Espíritu Santo habita en nosotros

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Sin duda que toda la Trinidad santísima habita en el alma desde que ésta recibió la vida de la gracia, como ha de habitar eternamente en el alma por la vida de la gloria, expansión plena y dichosa de aquella vida. Así nos lo enseñó Jesús en la noche de los íntimos secretos y de las dulces efusiones: “Sí alguno me ama, guardará mi palabra; y mi Padre le amará y vendremos a él y estableceremos en él nuestra morada. No es mi propósito insistir sobre esta habitación en lo íntimo del alma, porque afortunadamente esta consoladora doctrina es familiar a los fieles de nuestros tiempos. Mas quiero llamar la atención sobre el hecho de que la Santa Escritura atribuye de manera espiritual esta habitación de las almas al Espíritu Santo. “¿No sabéis, dice San Pablo, que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?”. Sin esta habitación del Espíritu Santo en nosotros no podemos ser Cristo. “Si alguno no tiene el espíritu de Cristo, éste no es de Él”. La gracia y la caridad, esto es, la vida de nuestras almas, tienen relación con el Espíritu Santo que habita en nosotros, porque “la caridad se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos dio”. Hasta la resurrección de la carne es una consecuencia de esta habitación del Espíritu Santo que convierte en su templo aun nuestro cuerpo. “Que si el Espíritu de Aquél que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Jesucristo de entre los muertos vivificará vuestros cuerpos mortales por el Espíritu de Él que habita en vosotros”. (El Espiritu Santo)