El Espíritu Santo nos transforma en Cristo

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¡Cuantas veces bajo el influjo de la inspiración parecen al artista demasiadamente tosco el cincel para exteriorizar el pensamiento y la materia en extremo grosera para reproducir los finos matices de la imagen que cautiva su alma! ¡Cuántas veces desea unirse al mármol con unión estrecha y compenetrándolo, como si fuese parte de su alma, modelarlo a su placer, como plasma en sus sueños el ideal que ama! Así concibo la obra santificadora del Espíritu Santo, artista de las almas: ¿no es la santidad el arte supremo? Dios no tiene sino un ideal que en su unidad prodigiosa encierra todas las formas de una belleza superior porque es divina. Este ideal es Jesús. El Espíritu Santo lo ama más que un artista a su ideal supremo. Ese amor es su ser, porque el Espíritu Santo es el amor único, el amor personal del Padre y del Verbo. Con divino entusiasmo se acerca a cada alma, soplo del Altísimo, luz espiritual que puede fundirse con la Luz increada, esencia exquisita que puede transformarse en Jesús, reproduciendo el ideal eterno.