A la manera que no todos los frutos de las plantas tienen el mismo sabor, sino que hay en ellas sabores variadísimos; así acontece los frutos del Espíritu Santo, no todos tienen el mismo sabor Espiritual. Y aun en este orden sobrenaral, hay una riqueza y una variedad más opulenta e en los huertos de la tierra. Quizá se pudiera decir, parodiando a San Juan de la Cruz, que apenas y un fruto que en parte de su sabor se parezca a otro. Porque Dios es admirable en sus obras y pone destello de infinito en lo que hace, especialmente lo que se refiere al orden sobrenatural. Hay frutos y hay consuelos del Espíritu Santo que son sensibles, que se reciben hasta por nuestras facultades inferiores. Por eso dice una palabra de la Escritura: “Mi corazón y hasta mi carne se regocijaron en el Dios vivo —Cor meum et caro mea exsultaverunt in Deum vivum”. A las veces la dulzura interior como que se desborda y llega hasta la parte inferior de nuestra alma; a las veces los consuelos son únicamente Espirituales; las facultades inferiores nada perciben, pero la inteligencia y el corazón sienten la suavidad de lo divino. Es una luz que baña el espíritu y que lo llena de paz; es un amor, es un afecto que satisface el corazón, aun cuando no experimenten los sentidos esa luz y suavidad. A las veces los consuelos son fugaces a las veces dejan en el alma un exquisito perfume que dura mucho tiempo; ora los consuelos son poco intensos, ora conmueven el alma con su fuerza y su vigor. ¿No recordamos que algunos santos han dicho a Dios: «Cesa, Señor, de derramar tus delicias en mi alma, porque no puede soportar el peso de ellas?» (El Espíritu Santo)