Triple despojo interior hasta la muerte mística

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[Por medio de sus dones] Dios ha obrado sucesivamente sobre la sensibilidad, sobre la inteligencia y sobre la voluntad; las ha desapegado de las criaturas y las ha atraído a sí; les ha quitado las falsedades del conocimiento, del amor y del deseo de las criaturas, para traerlas al conocimiento, al amor y al deseo de Él mismo, es decir, a la piedad. Ahora va a sacudir y conmover estas potencias, para saber hasta dónde puede contarse con la solidez de su obra, y proseguir su trabajo en esta empresa a fin de terminarla. Aunque estas potencias estén, en efecto, bien desasidas de las criaturas, pero podrán no estarlo todavía de sí mismas. Todavía les quedan restos profundos de la preocupación de sí mismo, del amor y de la dominación del propio yo fuera de Dios. Y es preciso que la mentira, la vanidad y la esclavitud de este egoísmo desaparezcan enteramente para que la piedad alcance su suprema perfección. Dios va a trabajar en ello, empezando por agitar la parte inferior con espantosas tentaciones de impureza, de ira y otras. Todo se trastorna en las pasiones. Después de esto puede Dios pasar aun más adelante y llegar a devastar la inteligencia y la voluntad, por las tinieblas, el tedio y las angustias y opresiones interiores, y hasta no hallar el alma paz en parte alguna. La obra del anonadamiento puede ir más allá todavía; puede Dios quitar al alma la virtud activa, quiero decir, esa facilidad de obrar que había conservado a través de las precedentes tempestades; en ese momento sobreviene como una impotencia total para obrar: no le queda al alma más que un poder, el de sufrir y aceptar. Este poder de sufrir y aceptar, o virtud pasiva, acaso le será también quitado. La pobre alma, aniquilada, deshecha por los golpes, no conserva siquiera, en sí y por sí, el poder de sufrirlos, de aceptarlos: no le queda, en su fondo humano, ni la energía de aceptar. No puede nada, absolutamente nada. Se la ha privado de todo: todo en ella está destruido y anonadado. De ella nada nace. De su seno no surge ni un pensamiento, ni un sentimiento, ni un acto. Ya no hay en ella un movimiento “humano”, ninguna vida puramente natural: es la muerte mística. Todo está consumado. En ese momento, todo obstáculo a la plena entrada de Dios ha desaparecido: así es que entra y toma posesión de esta alma mediante el desposorio místico, que realiza el estado de unidad. (José Tissot, La vida interior)