La piedad, que es el viaje de regreso a Dios, [asciende por] tres etapas saliendo de las profundidades para llegar a la cumbre. Comienza por devolver la vida al alma y la saca de ese abismo del mal, que es la exclusión de la gloria divina: ésta es la primera etapa de sus ascensiones, la que puede llamarse el despertar de la vida, o Dios reconocido; es la unión hecha de nuevo. Corregirá después el desorden que consiste en que mi satisfacción prepondere y se sobreponga a la gloria de Dios; irá borrando, suprimiendo la mentira de las preferencias humanas, la usurpación de lo humano sobre lo divino: ésta será su segunda etapa, que podemos llamar el crecimiento de la vida, o sea, Dios en primer término; es la unión perfeccionada. Querrá por fin purificar, limpiar todas las huellas de la división o reparto, no permitirá que el falso interés humano venga a equipararse y tener parte con el interés divino, y ésta será su tercera y suprema etapa, la que llamaré las cumbres de la vida, o Dios solo; es la unión consumada. Estas tres etapas de la vida se encuentran en los autores espirituales bajo diferentes denominaciones. Así los unos dicen: el estado de los principiantes, de los que avanzan y de los perfectos; otros las llaman: vida purgativa, vida iluminativa y vida unitiva: otros, vida cristiana fundamental, vida ascética y vida mística; San Ignacio dice: primero, segundo y tercer grado de humildad. Estas diversas denominaciones no son, sin embargo, sinónimas, porque consideran la vida desde puntos de vista diferentes y no atribuyen uniformemente a sus tres grados la misma extensión y los mismos caracteres. Se asemejan, no obstante, en que todas dividen la altura total del edificio espiritual en tres grados. (José Tissot, La vida interior)