«Dios mío, no os amo, ni siquiera lo deseo. Me aburro con vos. Tal vez ni siquiera creo en vos. Pero mírame al pasar. Resguardaos un momento en mi alma, ponedla en orden de un soplo sin parecerlo, sin decirme nada. Si tenéis ganas de que crea en vos, traedme la fe. Si tenéis ganas de que os ame, traedme el amor. Yo no lo tengo y no puedo nada. Os doy lo que tengo: mi debilidad, mi dolor. Y esta ternura que me atormenta y que vos veis tan bien… Y esta desesperación… Y esta vergüenza enloquecida. Mi mal, nada más que mi mal… ¡Y mi esperanza! Es todo». (Lafrance J, Mi vocación es el amor).