El apóstol Pablo aconseja a su discípulo Timoteo no descuidar, más bien, reavivar siempre el don que está en él, el don que le ha sido dado por la imposición de las manos. Cuando no se nutre el ministerio con la oración, la escucha de la Palabra de Dios, la celebración diaria de la Eucaristía y también la asistencia al Sacramento de la Penitencia, se termina inevitablemente perdiendo de vista el significado autentico del propio servicio y la alegría que nace de una profunda comunión con Jesús. El obispo que no reza, el obispo que no vive y escucha la Palabra de Dios, que no celebra todos los días, que no va a confesarse regularmente… y lo mismo el sacerdote que no hace estas cosas, a la larga, pierden la unión con Jesús y adquieren una mediocridad que no hace bien a la Iglesia. Por eso tenemos que ayudar a los obispos y a los sacerdotes a rezar, a escuchar la Palabra de Dios, que es el alimento diario, a celebrar cada día la Eucaristía y a ir a confesarse habitualmente. Y esto es tan importante, porque está en juego la santificación propia de los obispos y los sacerdotes.
Audiencia 26 Marzo 2014