Purificación en la oscuridad

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Espera, pobre oruga, que suene la hora deliciosa de la luz; deja que tu cárcel se cierre y que en la oscura sombra desaparezca hasta el recuerdo de que fuiste gusano; mañana se abrirá tu prisión, mañana cuando seas mariposa, cuando en la atmósfera sutil de las altas regiones pueda brillar al sol el oro purísimo de tus alas. Poco a poco siente el alma que en medio de la niebla sagrada se acerca Dios; ni siquiera sospecha que sea así; en sus dulces ensueños lo había visto encantador y dulcísimo, pero a la manera humana, y en la audacia de su amor, en la confianza de su ternura se había olvidado que el Amado de su corazón es la Majestad infinita; y he aquí que ahora lo siente grande, inmenso, incomprensible, tan grande que ella se siente anonadada, que quisiera desaparecer, hundirse en el abismo, para no ser oprimida por la Majestad. Se mira como una mancha oscurísima ante aquella Santidad y llena de rubor contempla los harapos repugnantes de su propia miseria. Muchas veces ha visto su nada, pero jamás había penetrado tan hondamente en el abismo como ahora que lo compara con el infinito que vislumbra; muchas veces se había estremecido de horror al recuerdo de sus pecados, pero ahora que evoca el vergonzoso recuerdo tan cerca de la santidad, se siente morir de angustia. No, esa grandeza no la puede amar; esa Majestad no puede unirse con su miseria; lo único que puede hacer con ella aquel Dios santo y terrible que se le acerca, es castigarla, rechazarla. Así piensa el alma que tiembla ante el Dios infinito que; se le acerca en las tinieblas. ¿Cómo podría ser de otro modo, si el Señor que se aproxima es Aquél de quien dice la Escritura que mira a la tierra y la hace temblar, que toca a los montes y los montes humean? Terrible purificación en la que Dios mismo parece arrancar del alma cuanto le quedaba de terreno. Cuanto más se han limpiado los ojos del alma, más copiosamente se van llenando de luz celestial. La grandeza se agiganta, la majestad se despliega por decirlo así, como se desplegaría en el principio de los tiempos el firmamento enorme; pero la grandeza va apareciendo como bondad, y la majestad como hermosura, y el Infinito como Amor. (El Espíritu Santo)