El amor eterno no engaña porque es la eterna verdad

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Hondo estupor sobrecoge al alma al penetrar en lo desconocido; parécele que de improviso se apagó toda la, luz a la mitad del día; todas las cosas divinas que tan claras y hermosas aparecían a su mirada se ocultaron en el eclipse formidable de la luz. Ni Dios ni las criaturas ni su propia verdad se descubren en la honda tiniebla. Y con la obscuridad, un frío de muerte parece penetrar en los recónditos repliegues del alma atónita. Por ley ineludible de nuestra psicología el corazón debe seguir todas las oscilaciones de la inteligencia, y al par que una aridez de páramo paraliza sus afectos ayer tan ardorosos y tan dulces, una impotencia radical le impide moverse como antes por los campos floridos del bien y del amor. Ni un rayo de luz en la noche desolada, ni un sonido familiar en la inmensidad del silencio, sus labios no aciertan a formular una plegaria ni logra su deseo la dicha de una palpitación de amor. ¿En dónde está? ¿La habrá engañado aquella voz dulcísima que la llamó? ¿Víctima de terrible engaño o culpable de enorme infidelidad caería de las alturas a un abismo tristísimo de donde no saldrá jamás? No, el amor eterno no engaña, porque es la eterna verdad; pero toda purificación es dolorosa y más aún ésta, radical y profunda, que arrancará de los senos del alma los últimos vestigios de la tierra nativa. (El Espíritu Santo)