Contra los males en que incurrimos por el pecado, hallamos remedio por la Pasión de Cristo. E incurrimos en cinco males (…) Primero, contraemos una mancha: cuando el hombre peca, ensucia su alma, pues así como la virtud es hermosura del alma, su mancha es el pecado. «¿Cómo es que estás, Israel, en tierra de enemigos…, te has contaminado con cadáveres?» (Bar 3,10). Pero la Pasión de Cristo limpia tal mancha, pues Cristo en su Pasión preparó con su sangre un baño para lavar en él a los pecadores. «Nos lavó de nuestros pecados con su sangre» (Ap. 1,5). El alma queda lavada con la sangre de Cristo en el bautismo, porque de la sangre de Cristo recibe éste su poder regenerador. Por eso, cuando uno se ensucia con el pecado, injuria a Cristo, y peca más gravemente que antes. «Si alguno quebranta la ley de Moisés, y se le prueba con dos o tres testigos, es condenado a muerte sin misericordia alguna; ¿pues de cuántos mayores tormentos creéis que es digno el que pisotee al Hijo de Dios, y considere profana la sangre de la alianza?» (Heb 10,28-29).
Exposición del símbolo de los apóstoles. Capítulo 4.