“Ponme como un sello en tu corazón, como un sello en tu brazo”, Cant VIII, 6, el padre San Jure hace una descripción admirable de las relaciones entre esas dos vidas. Resumamos sus reflexiones: El corazón significa la vida interior y contemplativa. El brazo, la vida exterior y activa. El sagrado texto cita el corazón y el brazo para demostrar que las dos vidas pueden unirse y acordarse perfectamente en una misma persona. Se nombra el corazón en primer lugar, por ser un órgano más noble y necesario que el brazo. Igualmente, la contemplación es mucho más excelente y perfecta y merece más estima que la acción. El corazón late día y noche. Un instante de paralización de este órgano esencial acarrearía la muerte instantánea. El brazo, que es sólo una parte integrante del cuerpo humano, no se mueve sino de tiempo en tiempo; por eso debemos suspender algunas veces nuestros trabajos exteriores, y en cambio no cesar en nuestra aplicación a las cosas espirituales. El corazón da al brazo la vida y fuerza mediante la sangre que hace llegar hasta él, sin la cual el brazo se secaría. Así la vida contemplativa, que es vida de unión con Dios, merced a las luces y constante asistencia que el alma recibe en esa intimidad, vivifica las ocupaciones exteriores y es la única capaz de comunicarles con su carácter sobrenatural una utilidad efectiva. Sin ella, todo languidece, se esteriliza y se llena de imperfecciones. (Dom. J.B. Chautard, El alma de todo apostolado)