La experiencia, nos muestra cada día que nunca es mayor el peligro que cuando se contraen o se mantienen ciertas amistades en que no se descubre algún mal, por fundarse sobre razones y títulos especiosos, ya de parentesco, ya de gratitud, ya de algún otro motivo honesto, ya sobre el mérito y virtud de la persona que se ama; porque con las visitas frecuentes y largos razonamientos se mezcla insensiblemente en estas amistades el venenoso deleite del sentido; el cual, penetrando con un pronto y funesto progreso hasta la médula del alma, oscurece de tal suerte la razón, que vienen finalmente a tenerse por cosas muy leves el mirar inmodesto, las expresiones tiernas y amorosas; las palabras libres, los donaires y los equívocos, de donde nacen tentaciones y caídas muy graves. Huye, pues, hija mía, hasta de la mínima sombra de este vicio, si quieres conservarte inocente y pura. No te fíes de tu virtud, ni de las resoluciones o propósitos que hubieres hecho de morir antes que ofender a Dios; porque si el amor sensual que se enciende en estas conversaciones dulces y frecuentes se apodera una vez de tu corazón, no tendrás respeto a parentesco, por contentar y satisfacer tu pasión; serán inútiles y vanas todas las exhortaciones de tus amigos; perderás absolutamente el temor de Dios; y el fuego mismo del infierno no será capaz de extinguir tus llamas impuras. Huye, huye, si no quieres ser sorprendida y presa, y lo que es más, perderte para siempre.(El Combate Espiritual, Lorenzo Scupoli)