Un alma (y no es más que un supuesto) que limitase regularmente su trabajo al raciocinio intelectual, aun cuando versare sobre materias de fe, no haría oración. Así se expresa sobre este particular, Saudreau, cuyas obras ascéticas son bastante conocidas: «Notémoslo bien, la súplica es la parte capital de la oración, o por mejor decir, la oración empieza con ella. Mientras el alma no se vuelve a Dios para hablarle, para alabarle, bendecirle, glorificarle; para deleitarse en sus perfecciones, para dirigirle sus súplicas, para entregarse a sus inspiraciones, puede, en verdad meditar, pero no ora ni hace oración. Se encuentran personas que se engañan y pasan la media hora del ejercicio de a meditación reflexionando, sí, pero sin decir nada a Dios: y aun cuando a tales cavilaciones hayan juntado deseos piadosos y generosas resoluciones, con todo, no han hecho verdadera oración; sin duda alguna, no sólo ha obrado el entendimiento, sino que también se ha conmovido el corazón, y se ha sentido impulsado hacia el bien con ímpetu y ardor, pero no se ha derramado en el corazón de Dios. Tales meditaciones, aunque no del todo inútiles, pronto producen cansancio y con frecuencia desaliento y abandono de tan santo ejercicio». Los grados de la vida espiritual.-(La oración por Columba Marmión)