Cuando se está en los brazos de uno, sería una tontería decirle: «Espera un poco que voy a buscar en un manual lo que debo deciros». Basta, sencillamente, dejar que hable el corazón. Una vez establecido entre nosotros el acorde de fondo, se pueden tocar todas las demás cuerdas de nuestro instrumento, dice el P. Surin. Pero hace falta mucho tiempo para que el Espíritu Santo nos haga penetrar en este abrazo del Padre y del Hijo. Los enamorados permanecen largas horas en los brazos del otro, sin hablarse. Una sola palabra podría romper esta intimidad y quebrar el hilo tenso de esta relación de ternura. San Bernardo dirá en el Comentario del Sermón VIII (sobre el Cantar de los Cantares), «que este conocimiento mutuo del Padre y del Hijo, este amor recíproco no es otra cosa que el beso más dulce, pero también el más secreto».