Si no cuido de tener un mínimum de RECOGIMIENTO que me permita, en medio de mis ocupaciones, guardar el corazón en tal pureza y generosidad que no quede ahogada la voz de Jesús que me señala los elementos de muerte que se me presentan y me anima a combatirlos. Pero ese mínimum me faltará si no pongo en práctica los medios que lo aseguran, como son: La vida litúrgica, las jaculatorias, en especial las que tienen el carácter de súplicas, las comuniones espirituales, el ejercicio de la presencia de Dios, etc. Sin ese recogimiento, los pecados veniales pulularán en mi vida, tal vez sin llegar yo siquiera a sospecharlo. Para ocultármelos y aun para vendarme los ojos de un estado más lamentable en que me pudiera encontrar, la ilusión utilizará los recursos de mi piedad, más especulativa que práctica, o su apariencia; el celo por las obras, etc. Pero mi ceguera me será imputable, porque yo soy el causante de ella, por haber abandonado el recogimiento que me era indispensable. (Dom. J.B. Chautard, El alma de todo apostolado)