Por esta vida, Jesucristo me comunica su Espíritu. Y así se erige en principio de una actividad superior, la cual, si yo no pongo obstáculos por mi parte, me hace pensar, juzgar, amar, querer, sufrir y trabajar con Él, en Él, por Él y como Él. Mis acciones exteriores son la manifestación de esa Vida de Jesús en mí. Y así tiendo a realizar el ideal de VIDA INTERIOR formulado por San Pablo: Ya no soy yo quien vive. Jesucristo vive en mí. La Vida Cristiana, la piedad, la Vida interior y la santidad no difieren esencialmente, sino que son los diversos grados de un mismo amor. El crepúsculo, la aurora, la luz y el esplendor del mismo sol. Cuando en esta obra empleamos las palabras “Vida interior” nos referimos menos a la Vida habitual, es decir al “capital de vida divina” –valga la frase– que atesoramos en nuestra alma en virtud de la gracia santificante, que a la vida interior actual, o sea, al empleo de ese capital, por medio de la actividad del alma y de su fidelidad a las gracias actuales. Por tanto, puedo dar de ella esta definición: diciendo que es el estado de actividad de un alma que REACCIONA para PONER EN REGLA sus inclinaciones naturales y se esfuerza en adquirir EL HÁBITO de juzgar y de dirigirse EN TODO por las luces del Evangelio y los ejemplos de Nuestro Señor. (Dom. J.B. Chautard, El alma de todo apostolado)