Unas almas están destinadas a reproducir al Jesús del pesebre con sus maravillosas virtudes infantiles; otras al Jesús de Nazaret, silencioso y contemplativo; éstas al Jesús, Apóstol y Maestro, que en la plenitud de su vida enseña y vivifica, consuela y salva; aquéllas al Jesús del Cenáculo, transfigurado de amor, al Jesús de los sagrarios que ama en silencio y se ofrece místicamente en sacrificio; quienes reproducirán la inenarrable agonía de Getsemaní; quienes el sangriento sacrificio del Calvario. ¿Para qué continuar? ¿Pueden acaso expresarse los variados matices con que pueden las almas reproducir a Jesús? Y cada alma, para fijar su ideal, necesita buscar la manera como a Dios le parece que reproduzca a Jesús. No es poco importante para cada alma encontrar con precisión su camino y determinar su rumbo. ¡Cuántas almas fracasan por errar el camino! ¿Hubiera podido San Juan, el discípulo amado, recorrer el camino dé San Pablo? ¿Podrían haber trocado sus senderos San Agustín y San Pablo, primer ermitaño? ¿Francisco Javier habría llegado a la misma gloria, siguiendo el rumbo de San José de Cupertino? Santa Teresa de Jesús no es Juana de Arco, ni Gemma Galgani es Teresa de Lisieux. Todos los santos son admirables, pero distintos de otros, para llegar a donde llegaron les fue preciso encontrar con exactitud su camino. En muchos de ellos hubo vacilaciones hasta que, dóciles al Espíritu Santo, tomaron su rumbo preciso. Ni se crea que solamente las grandes almas tienen su misión y su camino; todas las almas tienen una y otra cosa perfectamente determinadas. No todas las almas tienen esas misiones grandiosas y solemnes de los grandes Santos, pero todas tienen su misión precisa. (El Espíritu Santo)