Tres son, hermanos, los resortes que hacen que la fe se mantenga firme, que la devoción sea constante y la virtud permanente: la oración, el ayuno y la misericordia. Porque la oración llama, el ayuno intercede, la misericordia recibe. Oración, misericordia y ayuno constituyen una sola y única cosa, y se vitalizan recíprocamente. El ayuno, en efecto, es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Que nadie trate de dividirlos, pues no pueden separarse. Quien posee uno solo de los tres, si al mismo tiempo no posee los otros dos, no posee ninguno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca.
Que el que ayuna entienda bien lo que es el ayuno; que preste atención al hambriento quien quiera que Dios preste atención a su hambre; que se compadezca quien espera misericordia; que tenga piedad quien la busca; que responda quien desea que Dios le responda a él. Díctate a ti mismo la norma de la misericordia, de acuerdo con la manera, la medida y la diligencia con que quieres que tengan misericordia contigo.