Nos ayudará a comprender esta doctrina una comparación que emplea San Juan de la Cruz para explicar algo semejante: Un leño es arrojado al fuego; éste lo envuelve lo penetra, lo posee; para el leño, ser poseído por el fuego y arder es una misma cosa. Mas al principio el leño no arde totalmente, porque el fuego no lo ha penetrado del todo. Poco a poco se realiza esta penetración, esa posesión, y en el grado de ella el leño arde, hasta que penetrado perfectamente por el fuego el leño se convierte en fuego arde con, el mismo fuego que lo penetró y participa de todos los caracteres del fuego. Con mucha razón el Espíritu Santo es llamado fuego: fons vivus, ignis, caritas; fuente viva, fuego, caridad, porque es amor. La vida Espiritual no es otra cosa que la penetración del alma por ese fuego divino. El Espíritu Santo posee al alma y el alma arde, esto es, ama; al ser poseída por el Amor posee ella al Amor: ama. La caridad es el Amor íntimo que abrasa al alma; pero el Espíritu Santo, íntimo también al alma, es el principio que produce ese fuego y es su término dichoso. Al principio no arde totalmente el alma, porque necesita purificarse para que el fuego divino la penetre y posea con toda perfección. Poco a poco se va realizando esa divina penetración, y el alma poco a poco va ardiendo más totalmente, más profundamente, más perfectamente, y llega a ser tan perfecta esa penetración divina, llega a ser tan completa esa Espiritual combustión del alma, que ésta se diviniza: diríase trocada en fuego, en amor; en cierta manera arde con el fuego de Dios, ama con el Espíritu Santo, porque este Divino Espíritu la mueve para amar tan íntima y plenamente que aquel amor se atribuye con toda verdad al Espíritu Santo. (El Espíritu Santo)