Todo ejercicio piadoso comienza por el recuerdo de la presencia de Dios: es ésta una recomendación general para todos. Puesto que quiero hablar a Dios, debo evidentemente principiar por ponerme en su presencia. Pues bien; la manera verdaderamente práctica y sólida de ponerme en la presencia de Dios, es el examen de conciencia tal como lo comprendo aquí. Si me contento con traer a mi memoria el recuerdo de Dios, sin descender a mi corazón para enderezarlo, ese recuerdo me será conveniente, es indudable, pero no rectificará mis caminos; podré quedarme buscándome a mí mismo, y estando cerca de Dios no iré sin embargo a Dios. Esto es lo que acontece a algunas almas: adquieren el hábito de la presencia de Dios y de las oraciones jaculatorias, están llenas de ternura y de palabras afectuosas para Dios, ¡pero están también al mismo tiempo tan llenas de sí mismas y tan infatuadas de amor propio! (José Tissot, La vida interior)