La cumbre de la perfección es un Calvario, es un martirio, y el alma dichosa que, llevando la Cruz de Cristo ha recorrido el áspero sendero y ha encontrado en la cima la divina unión, no pide otra recompensa ni aspira a otra dicha que a ser crucificada con Jesús, suprema felicidad de la tierra, expresada por el Maestro en la octava bienaventuranza, que corona y sintetiza su admirable doctrina de la felicidad. Como la Iglesia celebra la fiesta de la invención de la Cruz, recordando el glorioso día en que Santa Elena encontró la Cruz verdadera; así cada alma debe celebrar su fiesta intima de la invención de la Cruz; en tanto que no la halla, anda inquieta, ávida de perfección y de dicha, ansiando el premio de sus esfuerzos y la realización de su ideal; pero cuando Dios le concede celebrar esa fiesta, descansa en la perfecta alegría y ofrece en el santuario de su alma la mística misa de su sacrificio amoroso que completa lo que faltó a la pasión de Cristo”, según la audaz expresión de San Pablo. (El Espíritu Santo)