Quinto misterio doloroso. La crucifixión y muerte de Jesús.
«Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: «¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?», esto es: «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» Al oírlo algunos de los que estaban allí decían: «A Elías llama éste».(…) Pero los otros dijeron: «Deja, vamos a ver si viene Elías a salvarle». Pero Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu» (Mt 27,46-47.49-50)
Mientras más nos falta todo, más somos iguales a Jesús crucificado. Mientras más estemos apegados a la cruz, más abrazamos a Jesús. Cada cruz es una ganancia, porque cada cruz nos une a Jesús… No se puede hacer el bien sino sufriendo. Por eso si no aceptamos nuestra cruz, no somos dignos de Jesús. (Beni-Abbès, 1901-1905)