La caridad que el Divino Espíritu derrama en nuestros corazones lleva en su seno una inmensa aspiración al Padre. Ni puede tampoco transformarse en Jesús sin aspirar inefablemente al Padre. Ser Jesús es llevar en su corazón los íntimos sentimientos de Jesús, y ¿no es el Corazón de Jesús una divina aspiración al Padre? Todo el Evangelio lo atestigua: el ideal de Jesús es glorificar al Padre; su pasión es amarlo: su alimento es hacer la voluntad del Padre. Y el alma transformada en Jesús tiene el mismo ideal, la misma divina pasión y el mismo alimento celestial de Jesús. La devoción al Padre es pues, lógica consumación de la devoción al Espíritu Santo. (El Espíritu Santo)