Hay que reconocer que en la vida de Teresa ha habido gracias místicas muy reales, pero puramente interiores: en un momento dado ha experimentado que el fuego del amor divino quemaba su propio corazón. Pero la esencia de su vida mística fue esta pasividad activa y viva que se desarrolla en una atmósfera de paz. Sentía que era llevada por el amor de Dios como un niño es llevado en los brazos de su padre. Estaba segura de que nada le podía acontecer porque «sabía en quien había puesto su confianza» (2 Tim 1,12). (Lafrance J, Mi vocación es el amor).