¡Oh Señor, Tú me has engañado con un engaño divino y dulcísimo; tú me enviaste para sufrir y me dijiste: «Si quieres venir en pos de Mí, niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme», nada me dijiste de alegría nada me dijiste de consuelo. ¡Me has engañado, porque no solamente llevo la cruz sobre mis hombros y amargura en el corazón, sino que tu Divino Espíritu ha vertido dulcísimos y deliciosos consuelos en mi corazón! ¡Bendito seas, que no sólo quieres que te acompañe a llevar la cruz, sino que quieres que lleve en mi corazón un destello de la alegría inefable que Tú llevabas en tu Alma! (El Espíritu Santo)