Función de la ascesis personal

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A menudo se ha presentado a los antiguos monjes como campeones de grandes hazañas y de ascesis concebidas como fin de la vida espiritual. Para ellos, la ascesis lleva al monje al punto muerto en el que sólo se puede uno fiar de Dios. «¿Qué valen los ayunos y las vigilias?», preguntaba un anciano al abad Moisés. Este le respondió: «No tienen más efecto que abatir al hombre en toda humildad. Si el alma produce este fruto, las entrañas de Dios (las entrañas de la Misericordia) se conmoverán ante él». Uno de los testigos más antiguos de esta experiencia es, sin ninguna duda, Macario el Grande. Es uno de los primeros de la tradición monástica que trató explícitamente la experiencia espiritual. En su Pequeña Carta dirigida «Ad filios Dei», explota abundantemente este tema. Cuando el corazón está como «marchito», cuando ha huido de casi todas las tentaciones es cuando Dios interviene para enviarle la «fuerza santa»: «El bienaventurado Dios le abre al fin los ojos del corazón, para que comprenda que sólo él permite el mantenerse. El hombre puede entonces dar de verdad gloria a Dios (es decir, cantar las misericordias del Señor) con toda humildad y quebranto de corazón… De la dificultad de la lucha nacen la humildad, el quebrantamiento del corazón, la mansedumbre y la dulzura». (Lafrance J, Mi vocación es el amor).