“Y yo vivo ‘ahora’, o más bien no soy yo el que vivo; sino que Cristo vive en mí”, Gal II, 20. El espíritu de Jesús es el único que piensa, decide y obra en esa alma, y aunque su divinización está lejos de alcanzar la intensidad que le espera en el cielo, su estado refleja ya los caracteres de la unión beatífica. Huelga advertir que esto no se realiza en el que comienza o en el tibio; ni siquiera en el fervoroso. Ciertos medios de que Dios se vale, cuadran a estos tres estados: no obstante, el principiante sufre mucho y avanza poco. Su tarea, como les ocurre a los aprendices, no es muy lucida. El fervoroso, en cambio, como el artesano experto, ejecuta las obras pronto y bien, y con menores dificultades saca más provecho. (Dom. J.B. Chautard, El alma de todo apostolado)