El hombre santo dirige siempre sus pensamientos a Dios

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Únicamente el hombre santo, en medio del trajín de sus negocios, y a pesar del roce constante que tiene con el mundo, puede preservar su espíritu interior y dirigir siempre sus pensamientos e intenciones a Dios. Todo desgaste de actividad exterior está en él tan sobrenaturalizado e inflamado de amor, que, lejos de aminorar sus fuerzas, le produce un aumento de gracia. En las demás personas, aunque fervorosas, cuando se han entregado por algún tiempo a las obras, la vida sobrenatural se resiente. Su corazón, preocupado con exceso de hacer bien al prójimo o absorbido por una compasión no del todo sobrenatural hacia las miserias que demandan alivio, lanza a Dios llamaradas no muy puras, porque las oscurece el humo de numerosas imperfecciones. Dios no castiga estas flaquezas con una disminución de su gracia ni es riguroso con estos desfallecimientos, si ve serios esfuerzos de vigilancia y oración durante las obras, y que el alma, al terminar el trabajo, corre a Él para descansar y reponer sus fuerzas. Ese perpetuo volver a empezar, ocasionado por las interferencias de la vida activa y de la vida interior, alegra su corazón paternal. (Dom. J.B. Chautard, El alma de todo apostolado)