Lo que Dios exige a los perfectos y a los principiantes

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Dios obra de distinta manera en los perfectos y en los principiantes. Menos visible en éstos, les impulsa ofreciéndoles de este modo un medio eficaz de obtener la gracia para aumentar sus esfuerzos. En los perfectos obra Dios de un modo más completo y a veces no les exige sino un simple consentimiento, con el cual el alma se une a la acción soberana de Dios. Cuando el Señor quiere atraer hacia sí a un principiante y hasta a un tibio o pecador, comienza por impulsarles a que le busquen; a continuación, a sentir un deseo creciente de agradarle, y, por último, a gozar de todas las ocasiones que se les presentan, de destronar el amor propio, reemplazándolo con el reinado exclusivo de Jesús. En estos casos, la acción divina se reduce a incitaciones y socorros. En los santos, esta acción es más poderosa y completa. Al santo, en medio de sus fatigas y sufrimientos, y aunque se encuentre lleno de humillaciones o abatido por la enfermedad, le basta abandonarse a la acción divina para sostenerse. Sin ese abandono sería incapaz de soportar las agonías que, según los designios de Dios, han de acabar de madurarlo. (Dom. J.B. Chautard, El alma de todo apostolado)