¡Dios mío, cuánto más sencilla y más fácil es la verdadera piedad! Mi yugo es suave y mi carga ligera, dice a todos el Maestro de la piedad. Es necesario comenzar siempre por recibir la acción de Dios, a fin de que mi acción esté animada por ella; asirme de su mano, a fin de que mi mano esté sostenida y dirigida por la suya. Me aplicaré, pues, a rehusarle lo menos que sea posible en la sumisión, a fin de hacerme por esta sumisión capaz de corresponderle, lo más posible, en la acción; velaré para dejarme animar y dirigir por Él, a fin de obrar por Él, con Él y para Él. ¡Cuán sencilla es esta disposición! ¡Cuán sencilla y cuán fuerte! ¡Cómo se avanza cuando, como un niño pequeño, nos dejamos llevar en brazos de Dios! ¡Qué facilidad, qué seguridad, qué vigor en mis pequeños pasos de la piedad activa, cuando estoy asido de la mano de Dios, por la aceptación de la piedad pasiva! ¡Cómo se cumple del todo el deber de la voluntad manifestada, cuando soy conducido por la operación de la voluntad de beneplácito! ¡Cuán viva es mi acción cuando está animada por la de Dios! (José Tissot, La vida interior)