¡Qué verdades tan profundas y tan consoladoras! El Espíritu Santo es nuestro. Podemos gozar de Él y usar de sus efectos. Está en nuestra potestad usar de Él; podemos gozar de Él cuando queramos. Cada una de estas afirmaciones merece ser ampliada y meditada amorosamente. Lo hemos dicho ya, la posesión es el ideal del amor, la posesión mutua, perfecta, inamisible. Dios al amarnos y permitir que le amáramos satisfizo divinamente esta exigencia del amor: quiso ser nuestro y que nosotros fuéramos suyos. Pero esta mutua posesión no es superficial y efímera, como en el amor humano, sino algo muy serio, muy profundo, muy verdadero. Dios se entrega a nosotros con el ardor y la vehemencia, con la honda verdad de su amor infinito. No vive con nosotros, sino en nosotros; no se complace únicamente en acudir a nuestro llamado y colmar nuestros deseos como los que se aman en la tierra; sino que se nos da, se nos entrega, nos hace el Don de sí mismo para que dispongamos a nuestro arbitrio del Don inenarrable. (El Espíritu Santo)