Para que podamos superar las dificultades y eludir los peligros. Nuestro Señor ha provisto dándonos un conjunto de virtudes que se agrupan en torno de la virtud cardinal de la Fortaleza. Son la paciencia, la perseverancia, la fidelidad, la magnanimidad, etc., todo un grupo de virtudes que, como un ejército en orden de batalla, está en nosotros para fortificarnos, para alentarnos, para hacernos superar las dificultades y evitar los peligros. Pero ese grupo de virtudes sobrenaturales, aunque eficacísimas, no son aún suficientes para que podamos superar todas las dificultades y eludir todos los peligros; porque las virtudes, como en los capítulos anteriores he dicho, por más que sean sobrenaturales, tienen el sello nuestro, tienen el modo humano; y nuestro pobre espíritu, estrecho y limitado, es muy débil. Por eso dice la Escritura que “los pensamientos de los mortales son tímidos y sus providencias inciertas”. Sí, en nuestros actos ponemos nuestro sello, nuestro sello de debilidad y deficiencia. De manera que, para alcanzar la salvación de nuestras almas, no basta la virtud de la fortaleza con sus virtudes anexas, se necesita un Don, un Don del Espíritu Santo que lleva el mismo nombre que la virtud: el Don de Fortaleza. (El Espíritu Santo)