Puedes orar también perfectísimamente, poniéndote en la presencia de Dios con el pensamiento, sin decir cosa alguna, ya enviándole de cuando en cuando suspiros amorosos, ya volviéndole los ojos, y manifestándole tu corazón con un breve y encendido deseo de que te socorra, para que lo ames, honres y reverencies, como es justo y debido; o también con un deseo de que te otorgue la gracia que le tienes pedida en la oración precedente.(El Combate Espiritual, Lorenzo Scupoli)