«Puede suceder que una Hermana que tropieza frecuentemente y comete muchas imperfecciones, sea más virtuosa y más agradable a Dios, o por su grandeza de ánimo que conserva en medio de sus imperfecciones, sin dar cabida a la inquietud y a la impaciencia, o por la humildad que de ello saca, o por su amor a su miseria, que otra que tenga una docena de virtudes naturales o adquiridas, con menos ocasiones de ejercitarse y trabajar, y por consiguiente, quizá con menos ánimo y menos humildad que la anterior, que es tan propensa a caer. San Pedro fue elegido para ser cabeza de los Apóstoles, aunque estaba sujeto a muchas imperfecciones, de manera que las cometía incluso después de haber recibido el Espíritu Santo; pero no obstante estas faltas, tenía siempre gran ánimo y no le causaban asombro, por eso nuestro Señor lo hizo su lugarteniente y le favoreció más que a todos los demás, de manera que nadie hubiese tenido razón para decir que no merecía ser puesto más alto que San Juan o que los demás Apóstoles» (Plática IV. De la Cordialidad).