Cuando nos despertamos de veras al amor de Dios, comenzamos a darnos cuenta de cuántas cosas tienen que cambiar en nuestra vida y que tenemos que convertirnos.
Tropezamos en muchos terrenos y tenemos que deshacernos de muchos defectos.
Tenemos muy poca fe para arrancar estas montañas de egoísmo y transportarlas al mar.
No tenemos la fe de la cananea que es tan poderosa, pero podemos pedir a Cristo la fe como un grano de mostaza que ya, sin embargo, desplaza un poco los montes.
El drama es que queremos convertirnos de una sola vez, imaginándonos resoluciones estruendosas de oración, de servicio o de ascesis, más imaginarias que reales y que nos apresuramos a olvidar al día siguiente a causa de nuestra debilidad, pero que mantienen una buena conciencia en nosotros.
El Señor no nos pide que emprendamos todo esto de un solo golpe, sino de acometer lo que podamos cumplir hoy, con alegría y paz, porque sabemos que esto es bueno. (Lafrance J, Mi vocación es el amor).