Deseos apasionados de entrega en la cruz

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Toda la devoción al Padre que llenaba el alma inmensa de Jesús tenía pues por término divino la Cruz; puesto que en ella se realizaron sus ansias de glorificar al Padre, y alcanzó su amor apasionado pleno descanso, y se sació su hambre inmensa con el divino alimento de la voluntad del Padre. Por eso el sueño amoroso de Jesús durante su vida mortal fue la Cruz y la anhelaba como se anhela la dicha, como se busca la plenitud, como su corazón de Hombre-Dios podía anhelar el colmo de sus aspiraciones infinitas. Y aunque Jesús escondía su secreto supremo bajo el velo de su divina serenidad, llegó a escapársele el divino secreto, como se escapa un perfume que apenas cabe en un ánfora; se le escapó sin duda en Nazaret y lo depositó en el corazón de María; se le escapó en la intimidad con sus Apóstoles cuando les dijo emocionado: «¡Tengo que ser bautizado con un bautismo de sangre y cómo me siento apremiado hasta que se realice. Y se le escapó en el Cenáculo cuando expresó a los discípulos el deseo ardentísimo de celebrar con ellos aquella Pascua. ¡Ah! ¡Jesús llevó los treinta y tres años de su vida, en lo íntimo de su corazón, el martirio cruel y torturarme de ansiar su sacrificio y de esperar la hora marcada por el Padre celestial. Por tanto, la devoción de Jesús al Padre tuvo una forma definitiva: el sacrificio; un símbolo, la Cruz. (El Espíritu Santo)