Desarrollo de la gracia en el alma de Sta. Teresa del Niño Jesús

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Miremos las cosas concretamente y comparemos a Teresa con el cristiano medio que somos nosotros. Entre nosotros y Teresa no hay más que una diferencia de grado que separa el calor oscuro del calor luminoso, en el momento preciso en que los cuerpos arden, o los sólidos se licúan: «El corazón de los santos es líquido», decía el cura de Ars. Yo pensé mucho en ello en 1973, en el momento en que celebrábamos el centenario del nacimiento de Teresa. Cuando recibió el bautismo, el 4 de enero de 1873, en la iglesia de Nuestra Señora de Alençon, su situación de base era la misma que la nuestra. La misma vida trinitaria corría en sus venas, podríamos decir, si no temiéramos utilizar una comparación tan material. Pero la diferencia aparece en el momento en que Teresa va a interiorizar ese amor trinitario en el curso de sus años de infancia y de adolescencia para alcanzar su punto culminante en el momento en que se ofrece al Amor misericordioso, el 9 de junio de 1895. Por eso, la diferencia entre ella y nosotros no es una diferencia de naturaleza —es la misma vida la que circula en ella y en nosotros—, sino una diferencia de intensidad. En ella, el Espíritu Santo, al hacer irrupción desde fuera, por los sacramentos de la Iglesia y la oración, encenderá el brasero del amor trinitario y lo llevará a un grado de incandescencia tal que consumirá todo su ser. Por eso tenemos que detenernos ahora en torno de este momento crucial en el que ella va a ofrecerse al amor misericordioso; después de haber mirado el «después», volvemos al»antes». Nos queda examinar el «durante». (Lafrance J, Mi vocación es el amor).