Me puse a traer al recuerdo y a repasar por completo todos los pecados desde mi juventud en adelante. Y con el fin de no olvidar ninguno, puse por escrito, y con todo detalle, todo lo que pude recordar. Llené con ello una gran hoja de papel. Me enteré de que en Kitaevaya Pustina, a unas siete verstas de Kiev, había un sacerdote de vida ascética, que era muy sabio y comprensivo. Quienquiera que acudiese a él en confesión, encontraba un ambiente de tierna compasión, y se marchaba con enseñanza para su salvación y desahogo de espíritu. Me alegré mucho al enterarme de esto, y me fui hacia allí en seguida. Después que hube pedido su consejo, y hubimos hablado un rato, le di a leer mi hoja de papel. La leyó por entero, y luego dijo: —Querido amigo, mucho de lo que has escrito es absolutamente fútil. Escucha: Primero: no traigas a confesión pecados de los que ya te hayas arrepentido y te hayan sido perdonados; no vuelvas sobre ellos de nuevo, puesto que esto sería dudar de la fuerza del sacramento de la penitencia. Segundo: no hagas memoria de otra gente que haya tenido relación con tus pecados; júzgate sólo a ti. Tercero: los Santos Padres nos prohiben mencionar todas las circunstancias de los pecados, y nos ordenan confesarnos de ellos en general, a fin de evitar la tentación tanto para nosotros mismos como para el sacerdote. Cuarto; has venido para arrepentirte, y no te arrepientes de que no sepas arrepentirte, esto es, de que tu arrepentimiento sea tibio y negligente. Quinto: has repasado todos estos detalles, pero has pasado por alto lo más importante: No has revelado los pecados más graves de todos. No has confesado, ni anotado, que no amas a Dios, que odias a tu prójimo, que no crees en la Palabra de Dios, y que estás henchido de orgullo y de ambición. Una inmensa cantidad de maldad, y toda nuestra perversión espiritual, residen en estos cuatro pecados. Ellos son las raíces de las que brotan los retoños de todos los pecados en que caemos.(Relatos de un Peregrino Ruso)