Jesús se abandonó a su Padre porque estaba seguro de su amor indefectible. Cuando Jesús nos dice esto, dice lo que ha visto en casa de su Padre que ve y conoce nuestras dificultades. Jesús hace aparecer esta mirada atenta del Padre porque él mismo ha experimentado la alegría permanente de vivir bajo esta mirada: «Tú eres mi Hijo amado». Y esta certeza de ser mirado por un Padre atento e interesado, es la fe que Jesús pide y propone a los suyos. Fe difícil, porque no es evidente, porque el silencio de Dios es más sensible que su atención. Esta es la fe que se fía de Dios para no pedirle signos, que lo estima bastante grande para atreverse a contar con su criatura. Habiendo experimentado por dentro la infancia espiritual, Teresa comprenderá instintivamente el camino del abandono. No acabaríamos nunca de citar todos los textos en los que ella evoca esta paternidad divina en sentido estricto. Se llama «hija, objeto del amor proveniente de un Padre» (Ms.A, F39ro). Es «el niño que mira los tesoros de su Padre» (Ms.A, F66v0). Puede dar «el nombre de Padre a nuestro Padre que está en los cielos» (Ms.C, F19vo). (Lafrance J, Mi vocación es el amor).