Causa mucha alegría lo que sigue a continuación: bienaventurados los que sin haber visto han creído (Jn 20, 29). En esta sentencia estamos especialmente comprendidos nosotros, que confesamos con el alma al que no hemos visto en la carne. Sí, en ella se nos designa a nosotros, pero con tal que nuestras obras se conformen a nuestra fe, pues quien cumple en la práctica lo que cree, ése es el que cree de verdad. Por el contrario, de aquéllos que sólo creen con palabras, dice San Pablo: hacen profesión de conocer a Dios, pero lo niegan con sus obras (1 Tim 1, 16). Y, por eso, dice Santiago: la fe sin obras está muerta (Sant 2, 26).
Homilías sobre los Evangelio, 26