Cuando viajaba hacia el primer curso-taller de oración al que fui invitado en México, encontré en el avión a un sacerdote que regresaba de una peregrinación mariana por Europa central. Me preguntó a dónde iba, le expliqué y me dijo: «No les hables de teorías, sino de tu propia experiencia». Llegué al curso y comencé preguntando al grupo: ¿Qué esperan de mí? La respuesta fue: «Háblenos desde el corazón, desde su propia experiencia». Luego me invitaron a Rhode Island y comencé el curso de la misma manera. La respuesta: idéntica. Lo interpreté como un mensaje del Espíritu Santo.
Es verdad, si eres sacerdote, las personas esperan no sólo que intercedas por ellas ante Dios, sino que seas un hombre de oración, un verdadero amigo de Dios, alguien que trata familiarmente con Él, y que luego predicas lo que vives o al menos lo que has orado antes. Pero nosotros los primeros sentimos el peso de nuestra debilidad y miseria.
Vivencias, testimonio y cercanía
Yo me sentía un poco incómodo con lo que me pedían, pues consideraba que mi propia oración de ninguna manera podría servir de modelo. Entendí que el mensaje era: «No nos diga teorías, no nos hable en abstracto, queremos vivencias, experiencia.» La gente espera del sacerdote doctrina segura, pero cuando se trata de temas tan personales como la vida de oración, esperan sobre todo su testimonio y cercanía. No obstante, también se requieren conocimientos, estudios adecuados y saber transmitirlos con integridad, sencillez y claridad. La ciencia sin vida no basta, pero tampoco deja de envolver sus peligros la experiencia personal sin ciencia. Hay que tener las dos cosas.
Apenas hace dos días el Papa dijo lo siguiente en la reunión tenida con el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización:
“El mundo de hoy necesita personas que anuncien y testimonien que Cristo nos enseña el arte de vivir, el camino de la verdadera felicidad, porque es Él mismo el camino de la vida; personas que miran, antes que nada, fijamente a Jesús, el Hijo de Dios: la palabra del anuncio debe estar inmersa en una relación intensa con Él, en un intensa vida de oración. El mundo de hoy necesita personas que hablen a Dios para poder hablar de Dios. (…) Sólo a través de los hombres y de las mujeres impregnados de la presencia de Dios, la Palabra de Dios continuará su camino en el mundo llevando sus frutos.”
Debemos compartir tanto la fe en que creemos, como la fe con la que creemos
El Papa nos acaba de regalar un nuevo tesoro: la carta apostólica Porta Fide con la que convoca al Año de la Fe.
Allí nos dice que:
«El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree. La Iglesia en el día de Pentecostés muestra con toda evidencia esta dimensión pública del creer y del anunciar a todos sin temor la propia fe. Es el don del Espíritu Santo el que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso.» (PF 10)
Testigos antes que maestros
Creo que la gente pide sobre todo que seamos testigos, antes que maestros. O somos testigos, o no servimos como maestros. No se puede ser testigo de una idea, sólo de una persona, de una experiencia personal. «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida, y, con ello, una orientación decisiva». (Deus Caritas est, n.1) Y en el n. 6 de la carta apostólica Porta Fide afirma el Papa: «La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó.»
Sed de verdad y autenticidad
Ayer leí un testimonio del P. Raniero Cantalamessa, predicador del Papa y sus colaboradores desde hace casi 30 años. Me ayudó mucho. Entre otras cosas dice:
«Empecé a participar en un grupo de oración en Milán y después de algunos meses ocurrió algo que cambió mi vida. Yo estaba en mi celda orando. No penséis que soy un gran hombre de oración. Deseo, deseo orar. Y a veces incluso me quejé un poco con el Señor diciéndole: “Señor, tu me envías por todo el mundo a hablar de la oración, incluso de la oración trinitaria, ¿por qué no me das una gracia de oración un poco más fuerte, porque mi oración es tan débil, Señor? Me avergüenzo de hablar a los demás de oración. Y el Señor me contestó de esta manera tan simple: “Raniero, ¿cuáles son las cosas de las que se habla con más pasión y entusiasmo, las que se desean o las que se poseen?. Yo contesté: “Las que se desean, Señor”. “Bien -me contestó el Señor- sigue deseando y hablando de la oración”. Por eso, cuando hablo, siempre me siento discípulo y no maestro. Siempre recuerdo un dicho de los Padres del desierto que decía: “Si tienes que hablar a los demás de algo que tú no vives, algo que no has alcanzado todavía con tu vida, habla; pero haciéndote el más pequeño de todos tus oyentes; habla como discípulo, no como maestro”. Y yo trato de hacer mío este consejo.»
Existe mucha sed de verdad y autenticidad. Quien sea hombre de Dios, poseído por el Espíritu de Dios, hará brillar en su vida y en su comportamiento las virtudes evangélicas que Jesucristo nos propone con el testimonio de su vida y de su palabra. Pero ante la evidencia de nuestros límites y miserias no debemos ni dejarnos llevar por ellas ni dejar por eso de cumplir nuestro deber.
Confiados en la gracia de Dios debemos anunciar el kerygma basado en la experiencia personal del amor de Dios. «No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14).» (PF n. 3) «Así, la fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios.» (PF 7)
Es muy confortante sentir tanto apoyo de los fieles en nuestra vocación y misión. ¡Pidan a Dios y a la Virgen María por los sacerdotes! Lo necesitamos mucho: «Llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros.» (2 Cor 4,7)
Debemos ayudarnos los unos a los otros a que efectivamente «el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble.» (PF 9)
Autor, P. Evaristo Sada L.C.(Síguelo en Facebook)
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