La oración, fuente de alegría

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La oración, fuente de alegría

«La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría». Estas palabras con las que comienza la Exhortación Apostólica Evangeli Gaudium del Papa Francisco han atravesado los espacios del mundo y de la Iglesia dejando en ellos una inundación de esperanza.

Nacer y renacer en el corazón de Cristo

El Papa nos recuerda una de las verdades fundamentales de la experiencia cristiana: quien sigue a Jesús vive la experiencia de una profunda alegría que «nace y renace» continuamente en su corazón y en su entorno más allá de dificultades, persecuciones, debilidades y pecados.

¿De dónde nace esta alegría profunda? Del encuentro con Cristo. Y la oración nos ayuda a encontrarnos con Él. Por eso la oración genera alegría y las personas que oran no pueden no ser alegres. Ya santa Teresa decía con la gracia que la caracterizaba: «santo triste, triste santo».

Nos podemos preguntar cómo es posible que la oración sea fuente de alegría si muchas veces orando nos podemos encontrar en una situación interior de hastío, de vaciedad de corazón, e incluso de tristeza.

La alegría de orar

Para explicar esto hay que recordar que, de modo normal, la oración como tal, al ponernos en contacto con la Vida misma que es Jesucristo, llena nuestro corazón de una profunda alegría, la alegría de quien sabe haber encontrado el centro de su vida, la razón de su existir, la fuente de sus aspiraciones y sabe que todo lo que anhela su corazón encontrará un día plena saciedad con Él y que ya aquí en la tierra recibe «el ciento por uno» de aquello que se ha abandonado por Él.

Pero al vivir «en el valle de lágrimas» que es esta vida, en esa tensión hacia la plenitud del cielo, tenemos que aceptar el pago del peso de nuestra propia cruz que se manifiesta de múltiples maneras en cada persona. En la oración también podemos nuestras cruces y dificultades que podrían parecer que nos alejan de la verdadera alegría. Se podría incluso sentir sensiblemente tedio y tristeza. Pero en la profundidad del alma, a pesar de situaciones de sequedad sensible, el orante sabe que está en contacto con la fuente de toda plenitud y de todo gozo verdadero. Por ello cada vez que oramos, del modo que sea, «nace y renace» en nosotros la esperanza, «nace y renace» en nosotros la fe, «nace y renace» en nosotros el amor porque el alma entra en contacto con Aquel en quien sólo descansa nuestro corazón, con Aquel que hace entrar en el alma a raudales el fuego del amor.


Agradecemos esta aportación al P. Pedro Barrajón, L.C. (Más sobre el P. Pedro Barrajón, L.C)

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