El Sembrador y la oración

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El Sembrador y la oración

Lo que buscan los diferentes métodos de oración es ayudarnos a volver al corazón profundo y despertarlo para el encuentro personal con Jesús. El día de nuestro bautismo el Espíritu Santo encendió una llama en nuestro interior y puso un sello en lo más profundo de nuestro corazón donde está escrito: “Estás habilitado para la comunicación conmigo. Me perteneces”.

El campo: nosotros. La semilla: la Palabra. El sembrador: el Espíritu Santo

Somos como un campo donde el Espíritu Santo viene a sembrar. Nuestra tierra es de por sí fecunda desde el día que fuimos bautizados; está habilitada para la escucha desde aquél “ábrete” que pronunció el sacerdote en el rito del sacramento del bautismo.

La semilla que el Espíritu Santo siembra es la Palabra. Cuando la Palabra cae en el surco de nuestro corazón, lo provoca, como la luz toca al ojo y lo despierta; como el aroma llega a nosotros y despierta el sentido del olfato. Así la Palabra de Dios nos alcanza, despierta nuestra fe, la ilumina y la fecunda.

«Salió un sembrador a sembrar su simiente; y al sembrar, una parte cayó a lo largo del camino, fue pisada, y las  aves del cielo se la comieron; otra cayó sobre piedra, y después de brotar, se secó, por no tener humedad; otra cayó en medio de abrojos, y creciendo con ella los abrojos, la ahogaron. Y otra cayó en tierra buena, y creciendo dio fruto centuplicado». Dicho esto, exclamó: «El que tenga oídos para oír, que oiga». Le preguntaban sus discípulos qué significaba esta parábola, y él dijo: «A vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de Dios; a los demás sólo en parábolas, para que viendo, no vean y, oyendo, no entiendan. «La parábola quiere decir esto: La simiente es la Palabra de Dios. Los de a lo largo del camino, son los que han oído; después viene el diablo y se lleva de su corazón la Palabra, no sea que crean y se salven. Los de sobre piedra son los que, al oír la Palabra, la reciben con alegría; pero éstos no tienen raíz; creen por algún tiempo, pero a la hora de la prueba desisten. Lo que cayó entre los abrojos, son los que han oído, pero a lo largo de su caminar son ahogados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a madurez. Lo que en buena tierra, son los que, después de haber oído, conservan la Palabra con corazón bueno y recto, y dan fruto con perseverancia. (Lc 8, 5-15)

Para ser tierra buena ante la gracia de Dios hay que estar en actitud de atención amorosa, en silencio interior, capaz de percibir, de acoger, de escuchar y gustar Su presencia.

La actitud en la oración

Es la actitud de María, la hermana de Marta:

«Mientras Marta está ocupada en las tareas domésticas, María está sentada a los pies del Maestro y escucha su palabra. Cristo afirma que María «ha elegido la mejor parte, que no le será quitada» (Lc. 10, 42). Escuchar la Palabra de Dios es lo más importante en nuestra vida. Cristo está siempre en medio de nosotros y desea hablar a nuestro corazón. Le podemos escuchar meditando con fe la Sagrada Escritura, recogiéndonos en la oración privada y comunitaria, deteniéndonos en silencio ante el Tabernáculo, desde el cual Él nos habla de su amor.» Juan Pablo II, 18 de julio 2004

Y ¿cuál es el fruto o la cosecha? La Palabra. Es decir, nuestra identificación con Cristo.


Autor, P. Evaristo Sada L.C.(Síguelo en Facebook)

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