¿Cómo usar la música y el canto en la oración?

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Canto mal, pero mientras estoy con Cristo Eucaristía con frecuencia brota una melodía del interior. Entre los cantos que tarareo desde dentro están: «¿Cómo te pagaré, oh Señor, todo el bien que me has hecho?», «Sé que soy nada y del polvo nací, pero tú me amas y has muerto por mí….», «Cerca de ti, Señor, yo quiero estar.»

Todo movimiento del alma encuentra un matiz diverso en el canto

En nuestras comunidades en Roma tenemos coros que ayudan a vivir mejor la misa. He leído tantas veces textos de la Sagrada Escritura sin que me hayan interpelado. De pronto escucho el mismo texto cantado por un buen coro y me encuentro sin esperarlo gustando de la presencia de Dios.

El canto es uno de los lenguajes más expresivos, comunica nuestros sentimientos y experiencias interiores mejor que muchas palabras. La melodía da a la palabra una carga afectiva riquísima. Los Salmos fueron escritos para ser cantados. San Agustín afirmaba: «yo siento que estas palabras santas sumergen mi espíritu en una devoción más cálida cuando las canto que cuando no las canto, porque todo movimiento del alma encuentra un matiz diverso en el canto o en la simple voz…» (Confesiones, 10,33).

Si has visto la película «De dioses y de hombres» sobre los mártires de Nuestra Señora del Atlas recordarás el momento en que la comunidad se encuentra en oración y de pronto se escucha un helicóptero militar que se acerca amenazando posarse sobre el monasterio con la intención de intimidarles. Bajo el ruido poderoso del helicóptero, los monjes de la comunidad se ponen de pie, se abrazan y con más fuerza aún se ponen a cantar delante de Cristo Eucaristía:

Oh, Padre de Luz, Luz eterna y fuente de toda luz. Tú nos iluminas en el umbral de la noche con el resplandor de tu rostro. Las sombras para Ti no son sombras. Para Ti la noche es clara como el día. Permite que nuestras oraciones se eleven a Ti como incienso y nuestras manos como el amanecer que se ofrece.

Como decía Mons. Frisina en la entrevista publicada el 22 de abril de 2012 por Zenit, «la música es una gran herramienta, ya que comunica lo que las palabras no pueden decir ni expresar. Esta toca al alma en el punto donde se une al inconsciente, a los recuerdos, al pensamiento, incluso a lo más oculto que llevamos dentro, y que las notas musicales pueden hacer aflorar. En la música también hay una estructura, una armonía, que ayudan a la comprensión de una idea. Esto se da especialmente en los grandes autores como Bach o Palestrina, en cuyas obras hay un orden maravilloso, voces que se siguen, se entrelazan, permaneciendo distintas sin embargo, en una armonía superior que las une. Por lo tanto, es un placer espiritual extraordinario que revela también la armonía de un concepto…»

Vibrar en armonía

Por ello, la liturgia de la Iglesia promueve la música sagrada como una forma de oración y un medio que contribuye a evocar el misterio que se celebra. De forma intuitiva te ayuda a entrar en contacto con Dios y descubrirte en su presencia.

Con el canto, «la oración adopta una expresión más penetrante, el mis­terio de la liturgia se manifiesta más claramente» (MS 5). Pero «no ha de ser considerado en la Li­turgia de las Horas como cierto ornato que se añade a la oración como al­go extrínseco, sino más bien como algo que dimana de lo profundo del espíritu del que ora y alaba a Dios…»(IGLH 270).

Tal vez quienes más la aprovechan son los mismos músicos: «El músico es el que está allí para escuchar y encontrar la inspiración de las cosas, de las personas, de los acontecimientos, de los textos bellísimos, de la palabra de Dios especialmente, en un mundo hecho de emociones e intuiciones.» (Mons. Frisina)

Pero no sólo los músicos oran con su música, ni sólo sirve la música para orar en la oración litúrgica, sino que cualquiera de nosotros podemos orar cantando (de manera sonora o silenciosa) en la oración personal. El canto sirve para hablar a Dios y para gustar la palabra de Dios y las verdades de nuestra fe, sirve para poner palabras y expresar con afectos nuestra experiencia espiritual.

En palabras de San Atanasio: «Por eso el Señor, deseando que la melodía de las palabras fuera el símbolo de la armonía espiritual en el alma, ha hecho cantar los Salmos melodiosa, modulada y musicalmente. Precisamente este es el anhelo del alma, vibrar en armonía, como está escrito: alguno de ustedes es feliz, ¡que cante! (St 5,13). Así, salmodiando, se aplaca lo que en ella haya de confuso, áspero o desordenado y el canto cura hasta la tristeza: ¿por qué estás triste alma mía, por qué te me turbas? (Sal 41, 6.12 y 42,5); reconocer su error confesando: casi resbalaron mis pisadas (Sal 72,2); y en el temor fortalecer la esperanza: el Señor está conmigo: no temo; ¿qué podrá hacerme el hombre? (Sal 117,6)»

Los salmos nos enseñan a convertir lo cotidiano en oración

El salmista canta cuando está feliz, canta cuando está triste, canta cuando teme, canta cuando cae, canta en la angustia, canta por la mañana y por la noche, todo lo canta…. y nos lleva de la mano para que también nosotros aprendamos a hacerlo. Y es que hay sentimientos que no encontramos palabras para expresar.

San Agustín aconseja:

«No te preocupes por las palabras, como si éstas fuesen capaces de expresar lo que deleita a Dios. Canta con júbilo. Éste es el canto que agrada a Dios, el que se hace con júbilo. ¿Qué quiere decir cantar con júbilo? Darse cuenta de que no podemos expresar con palabras lo que siente el corazón. En efecto, los que cantan, ya sea en la siega, ya en la vendimia o en algún otro trabajo intensivo, empiezan a cantar con palabras que manifiestan su alegría, pero luego es tan grande la alegría que los invade que, al no poder expresarla con palabras, prescinden de ellas y acaban en un simple sonido de júbilo.

El júbilo es un sonido que indica la incapacidad de expresar lo que siente el corazón. Y este modo de cantar es el más adecuado cuando se trata del Dios inefable. Porque, si es inefable, no puede ser traducido en palabras. Y, si no puedes traducirlo en palabras y, por otra parte, no te es licito callar, lo único que puedes hacer es cantar con júbilo. De este modo, el corazón se alegra sin palabras y la inmensidad del gozo no se ve limitada por unos vocablos. Cantadle con maestría y con júbilo.»

En la práctica, ¿cómo usar el canto en la oración?

En lugar de tomar un texto del evangelio o de un autor espiritual como punto de partida para la meditación, se puede tomar un canto y gustarlo en la presencia de Dios, haciendo propios los afectos que busca comunicar. O, por el camino inverso, puedes tomar conciencia de los afectos que llenan tu ánimo y tu corazón y recordar un canto adecuado con el que elevarlo al Señor. Si te familiarizas con los salmos, verás que cada vez con más facilidad, el Espíritu Santo pondrá en tus labios el salmo adecuado para cada ocasión.

Recuerdo que cuando el Papa Juan Pablo II comentaba el Salmo 42 el 16 de enero de 2002 («Como la cierva busca corrientes de agua, así mi alma te busca a ti Dios mío») reconocía que convendría meditarlo con el fondo musical del canto gregoriano o de la gran composición polifónica Sicut cervus de Pierluigi de Palestrina.

Cuando tengo oportunidad de acompañar a otros en su meditación durante los talleres de oración, a veces nos ayudamos de un canto para favorecer los afectos o la escucha en la oración. Por ejemplo el que estás escuchando mientras lees este artículo.

Más allá de la melodía musical resuena la melodía profunda del corazón:

«Cada cosa o persona tiene una música, porque Dios le dio a cada criatura su propio sonido. El hombre, que es imagen y semejanza de Dios, tiene una percepción de esta música del universo, como dice el salmo 18: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, no hay una palabra de la que no se oiga el sonido». (Mons.Frisina)

Y esa es la que Dios espera que cantemos lo mejor posible hasta unirnos a los coros de los ángeles en la vida eterna.


Autor, P. Evaristo Sada L.C.(Síguelo en Facebook)

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