Testimonio del Cura de Ars

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La voz de San Juan Bautista Vianney es excesivamente débil para llegar a las muchedumbres que se congregan para oírle.

Pero aunque no le oían, les bastaba ver aquel santo para quedar subyugados y convertidos. Un abogado, a quien preguntaron al volver de Ars qué es lo que más le había impresionado contestó: “He visto a Dios en un hombre”.

Permítasenos resumir todo lo dicho en una comparación vulgar. De todos es conocida esta experiencia que se hace con una máquina de electricidad. Si una persona, colocada sobre un aislador, se pone en comunicación con la máquina eléctrica, su cuerpo se carga de fluido, y si alguien se le aproxima o le toca, recibe una sacudida del chispazo eléctrico que sale del cuerpo electrizado.

Una cosa parecida ocurre con el hombre de vida interior. Cuando se aísla de las criaturas, se establece entre él y Jesús una comunicación constante a manera de corriente continua.

El apóstol se convierte en un acumulador de vida sobrenatural y condensa en su alma un fluido divino que se reparte, adaptándose a todas las circunstancias y necesidades del medio en que obra.

Virtus de illo exibat et sanabat omnes (“De Él emanaba una virtud que curaba a todos”, Lucas VI, 19). Sus palabras y acciones son los efluvios de esa fuerza latente, pero soberana, que derriba los obstáculos, logra las conversiones y aumenta el fervor.

Cuanto más intensas son las virtudes teologales de un corazón, con más eficacia esos efluvios producen las mismas virtudes en las almas. (Dom. J.B. Chautard, El alma de todo apostolado)