San Gregorio Magno, tan hábil administrador y apóstol celoso, como gran contemplativo, concreta en esta frase: Secum vivebat («vivía consigo mismo») el estado del alma de San Benito, que ponía en Subiaco el fundamento de su Regla, la cual había de ser una de las más potentes palancas de apostolado que Dios ha utilizado en la tierra. En cambio, de la mayoría de nuestros contemporáneos habrá que decir lo contrario. Vivir consigo y en sí, querer gobernarse a sí mismo, y no dejarse gobernar por las circunstancias, reducir a la imaginación, la sensibilidad y la misma inteligencia al papel de servidores de la voluntad y conformar siempre la propia voluntad con la voluntad divina, es un programa que cada vez tiene menos partidarios en este siglo de agitación que ha visto nacer un nuevo ideal concretado en esta frase: el amor de la acción por la acción. Cualquier pretexto es bueno para eludir esa disciplina de nuestras facultades. Los negocios, las atenciones de familia, la higiene, el buen nombre, el amor a la patria, el prestigio de las corporaciones, hasta la pretendida gloria de Dios, son tentaciones para no vivir en nosotros mismos. Esta especie de delirio de la vida exterior llega a ejercer en nosotros una sugestión irresistible. (Dom. J.B. Chautard, El alma de todo apostolado)