El activismo, un navío a todo vapor sin timonel

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Muchos fieles y aun sacerdotes y religiosos exagerados en el culto de la acción llegan sutilmente a convertirlo en una especie de dogma inspirador de su conducta que les impulsa de un modo desenfrenado a la vida exterior. Y sentirían una gran satisfacción en decir: La Iglesia, la diócesis, la parroquia tienen necesidad de mí. Yo soy más que útil a Dios. Claro que no se atreverían a pronunciar estas frases tan fatuas, pero en el fondo de su corazón anidan la presunción que las fomenta y la atenuación de la fe que les dio origen. Es corriente prescribir a un neurasténico que se abstenga de toda clase de trabajos. Este remedio suele serle insoportable, porque precisamente su enfermedad le pone en una excitación febril, que es para él como una segunda naturaleza, la cual le empuja sin descanso a buscar nuevos desgastes de fuerzas y nuevas emociones, que agravan su mal. Una cosa parecida ocurre con el hombre de obras en relación con la vida interior. Tanto más la desdeña y hasta la repugna cuanto más la necesita, puesto que si la pusiese en práctica, ella sería el mejor remedio para su estado morboso. Pero como procede de un modo opuesto, y de día en día se afana más en engolfarse en el aluvión de trabajos cada vez mayores y peor dirigidos, acaba por descartar toda posibilidad de curación. Corre el navío a todo vapor; y cuando quien lo dirige admira su velocidad, Dios está viendo que, por carecer de un timonel experto, va sin rumbo fijo y corre riesgo de naufragar. (Dom. J.B. Chautard, El alma de todo apostolado)